El
Dios “Cerdito”
La enajenación de un espíritu
Despertó caprichoso
el Dios “Cerdito” y comentó:
Han estado
ultrajando mi espíritu, yo lo he permitido.
Han de
rebuscarse para hacerme enfadar, he sido lo suficientemente permisivo.
Han enfermado mi
cuerpo y mi alma también, he sido complaciente.
Justificó sus
dichos, jadeante como agitado por sus ideas.
Incrédulo pero
voraz, como embelezado por sus pensamientos, continuó:
Monstruos!!!
Pensó.
Quiero traerlos
a todos aquí y empalar sus corazones con palabras. Usar palabras que patrones
usan con sirvientes para lacerar cada rincón de sus inútiles cuerpos.
Soy un amo. Soy
mi amo y el de todos. Como es que me tengo que enfadar. Los amos no se enfadan
fácilmente.
Vayan y traigan,
mandó a unos siervos. Cojan todo el lodo y el estiércol que encuentren, no
vuelvan sino con carretilladas y carradas de estiércol y lodo. Traigan también,
osamentas, desperdicios, frutas podridas, huesos frescos, tripas, mierda, cuero,
sangre coagulada o líquida, da igual. ¡¡¡Traigan todo. Maten si acaso fuera
necesario, pero háganme caso.!!! Gritó, enfermo de ira.
Ciervos, fieles y
algunos lamebotas salieron a los caminos.
El Dios Cerdito
blasfemaba, revolcándose en unos pastos secos que acolchonaban una majestuosa
piedra. Días pasaron. Días enormes.
Al regreso. ¿Y?
preguntó a uno de los serviles. No hemos dado precisamente con lo que pidió. El
Dios Cerdito observó. Observó como observan los espíritus que mandan a buscar
algo en especial. Examinó lo recolectado, lo robado, lo ultrajado, lo asesinado
por su ambición, por el desprecio que justifica cualquier acción.
Y se lanzó.
Se lanzó a eso
que otros dioses no se lanzarían jamás. A esas bellas tempestades. A esas sabrosas
osamentas. A esas sopas putrefactas que aman bañar los cuerpos de cerdos
usureros y verdugos. A esas que pertenecen a otros espíritus. ¡A esas! A esas,
se lanzó.
El Dios Cerdito
y ellas se abrazaron, se estrecharon, se fundieron, se estremecieron.
El Dios Cerdito
cándido, jocoso incluso frenético, alardeaba. El júbilo de sus tripas, de su
asqueroso aspecto inframundista, robó la dinástica esencia de sus dioses.
El Dios Cerdito
despojado, escéptico, pavoroso y desnudo. Desnudo de júbilo. Desnudo de su
propia desnudez. Desnudo, de toda desnudez posible, amó y embelleció. Se sintió
unido a sí. Se ocupó de esas pasiones y se volvió a lanzar.
Y se volvió a
lanzar una y otra vez, como no podría ser de otra manera, cuando uno se ocupa
de sus pasiones.