Aquel maestro, apareció desganado un día cualquiera,
su portafolio era marrón, del color de las nueces.
Aquel maestro, acomodó sus hojas y carpetas,
respiró tranquilo y dijo: ¿comenzamos?
Aquel maestro, no era apreciado por sus pares,
tampoco por muchos de sus alumnos.
Aquel maestro hablaba fuerte,
y escuchaba pasible casi en silencio.
Aquel maestro, era un maestro de emociones,
enseñaba con pasión y euforia.
Aquel maestro, era terminante en sus decisiones,
y comprensible con las demandas.
Aquel maestro, un día trajo cajas de libros,
elegimos cuentos, novelas y ensayos.
Aquel maestro, hizo del aula una sala de lecturas,
hizo del aula una sala de experiencias.
Aquel maestro, hizo que la escuela tuviera sentido,
hizo que permaneciésemos atentos.
Aquel maestro, un día abrió la ventana y pidió un cigarrillo,
fumó en el aula.
Aquel maestro, tomó exámenes y calificó,
en contra de su voluntad.
Aquel maestro, no esperaba nada de nosotros,
tal vez ni siquiera de él mismo.
Aquel maestro, ocultó su enfermedad,
aunque en su voz algo sonaba disonante.
Aquel maestro, tenía un auto modesto,
un Ford escort bordó.
Aquel maestro, bebía whisky en soledad
fumaba en su sótano-biblioteca.
Aquel maestro, citaba a Nietzsche,
para hablar de mujeres.
Aquel maestro, fue docente a los cincuenta y tantos,
pero fue maestro desde siempre.
Aquel maestro, dedicó su vida a enseñar,
fue más que un ocupante esporádico de una silla y un escritorio.
Aquel maestro, un día se alejó silencioso
casi como esperando volver.
Aquel maestro, sí que es y será un maestro
un militante de la educación, un abrazo de letras y experiencias.
Este pretende ser un sencillo homenaje.
(dedicado a Roberto Gaztelú)
Maestro de la vida