1 de febrero de 2010

El viaje: Una experiencia singular

Hace un tiempo tuve la gran oportunidad de viajar en un trasporte que llena de magia las miradas y que a su vez ostenta inquietud, incertidumbre y solidaridad entre sus pasajeros, más que pasajeros se convierten en habitantes provisorios situacionales del vehículo.
Pretendo en este ensayo hablar de grupo, conducta y subjetividad, tal vez quien lea el trabajo piense lo ambicioso que pueda ser, pero sucede que indefectiblemente estaré hablando de ello aun cuando ni siquiera lo mencione. Por lo tanto la necesidad de entender que ocurre en los grupos que situacionalmente se inscriben en nuestras vidas y que en unas pocas horas logran marcar profundamente nuestra estructura, solicita que hagamos de inmediato una revisión de la experiencia.
Pretendo decir que las personas estudian y reescriben sus formas y maneras de pensar a través de la experiencia, de esa que se da en el cuerpo y no en la cabeza.
Aunque me urge hablarles de este viaje tan particular primero presentaré las aproximaciones y resonancias de los viajes que algunas veces tienen una dimensión extraña, pero muy placentera de hacer pensar y replantearse pensamientos sobre lo que pensamos y hacemos (elucidar). Alguna vez nos preguntamos ¿Cómo surge tal experiencia? Acontece algo con los viajes que posiblemente no suceda en otros ámbitos de la vida, ocurre con algo más de intensidad en aquellos transportes de orden público en los que transportan vidas anónimos, cuerpos anónimos, para nuestro entendimiento, aunque nuestra vida y nuestro cuerpo también logra estar en el mismo anonimato de quien se halla en el asiento de al lado o en la otra punta del vehiculo, hay especulaciones e interpretaciones, pero no hechos.
Esa experiencia fugaz y repentina de pertenencia y permanencia a un grupo sin continuidad, efímero, nos deja perplejos muchas veces, sin respuestas de que será de la vida de quien se encontraba embarazada o quien poseía alguna dificultad física para incorporarse al vehículo. Toda iniciativa de poder comprender que ocurre con los viajes estará dada desde nuestra propia experiencia subjetiva, de los a-priori y por tanto de la dimensión gratificante o frustrante de poder llegar a divisar los aconteceres producto de una experiencia reveladora.
Sigo hablando de grupos, también de teorías y de aprendizajes desde el plano de la vivencia al plano del análisis, riguroso o no, depende de las posibilidades de cuestionamientos y oportunidades que refloten las matrices que marcaron a fuego nuestra y en este caso, mi subjetividad.
Ahora bien, esta forma de interpretar los viajes tiene que ver con las matrices propias de cada sujeto, y que por lo tanto no a todos les agradará o no todos tendrán las mismas sensaciones al viajar, y para ser más específico aun, algunos preferirán el viaje en auto, camioneta o combi que les resulte mas intimo y otros en colectivo o tren.
Es que también debemos tener en cuenta la posición desde la cual largamos y nos encaminamos en ese viaje, suponiendo que se tratase de una carrera nos gustaría largar en los puestos de adelante y no en la retaguardia que nos tildaría de rezagados. Esto mismo intuyo sucede con las experiencias de los viajes, mientras que para alguien logra ser absolutamente placentero, para otros no. Y el primer ejemplo que se me ocurre es la mirada que uno puede extraer de los lugares, de las casas, construcciones, asentamientos y aquí necesito detenerme. Cuando mencioné las posiciones de una carrera, usándolo de forma metafórica, me refería a esto, no les causará las mismas sensaciones a quien está arriba de una máquina y me refiero en este caso al tren, que a quien convive a diario con la posibilidad de incidentes y peripecias, teniendo que estar asentado a orilla de las vías coqueteando con la muerte y exponiendo a los niños mas pequeños de los barrios aun más humildes de las grandes ciudades, quienes son los verdaderos rezagados de un sistema expulsivo y marginalista.
En fin un viaje puede ser placentero depende de donde se está parado, depende del lugar que ocupa cada uno en esa experiencia tan particular.
Ahora sí puedo contar la experiencia que atravesé al subirme por primera vez a un ferrocarril, este hecho sucedió para poder situarnos a fines de abril del 2009, el trayecto a recorrer era desde la estación sur en Bahía Blanca hasta Carmen de Patagones, aunque quien relata tenía que descender en Villalonga, pueblo a unos 180 Km del inicio y a unos 110 km de la estación última.
Este viaje ha resultado particular primero por lo que puede tardar para llegar a destino y segundo porque tiene una visión absolutamente diferente del paisaje que está acostumbrado a visualizar cuando se viaja por carretera.
Pero lo que me interesa contar es la experiencia que aconteció dentro del tren y más aun del vagón en el cual me encontraba alojado, las personas que allí se encontraban que eran alrededor de 20 no las había visto en mi vida, algunos viajaban de a dos o tres, como el caso de una pareja de jóvenes mochileros o una chica de origen paraguaya quien llevaba a su bebé de unos 10 a 12 meses de edad, también un hombre con dos de sus 4 hijos de 5 y 9 años respectivamente, por nombrar algunos.
El inicio de la travesía comenzaba bien, sin demoras ni apuros, en particular quería sacarle bien el jugo a la experiencia. Los habitantes del vehículo comenzamos a sacar los termos y mates, algunas galletitas o algo para hacer más ameno el amargo, pero siempre compañero, sabor de la yerba. Después de los primeros mates comenzamos a pararnos, caminar, ir al baño e intercambiar algunas palabras, algunos se reunieron alrededor del cigarrillo en la parte trasera del tren, otros seguían con el mate pero ahora ya se tornaba de carácter comunitario porque a la mayoría se les había acabado el agua caliente y solamente los mochileros tenían para darle la temperatura justa al liquido en cuestión.
Lo fascinante de la experiencia no podría ser descrita ni detallada, solo aproximada, ya que somos presos de las palabras y de sus ocurrencias, me temo que las resonancias de pertenecer por algunas horas, no mas de 4, a un grupo efímero y que no volvería a encontrarse en las mismas condiciones ni reunir a todos los mismos integrantes, son y serán únicas, porque somos seres en situaciones históricas y sociales únicas e irrepetibles. Ese fue el atractivo que hallé en la experiencia para que hoy pueda ser parte de este trabajo.
Cuando comenzó a llegar el tren a las estaciones intermedias el grupo comenzaba a sufrir modificaciones entre sus miembros, algunos subían y se incorporaban a la especie de fogón improvisado alrededor del mate, y otros bajaban, los que permanecían, fuimos apreciando el fenómeno con una despedida acogedora y con una bienvenida confortablemente cálida, como si se tratase de personas que conocíamos de hace mucho tiempo o que logramos apreciar en tan poco. Este hecho me llevo a reflexionar ahí mismo y a pensar que sucedía, como era posible que nos esté pasando eso, en realidad creo que no nos estaba pasando, por el contrario nos estaba quedando una marca una huella de un viaje tan particular.
Un suceso que terminó por desestabilizar mis a-prioris con respecto a la solidaridad lo hallé en la estación de Pedro Luro, allí subieron dos hombres, uno bastante mayor y el otro relativamente joven, quienes vendían panes caseros, porciones de pizza y algo mas que no recuerdo exactamente que. Algunos compraron otros no, entre aquellos que habían adquirido los alimentos se hallaba un hombre de 65 años Alfredo, con quien a posteriori entablé conversación, que gustosamente se disponía a disfrutar de su porción de pizza, cuando escucha llorar a un niño de 5 años porque su padre no pudo comprarle algo para comer, Alfredo se acercó y me dijo ¿me harías el favor de alcanzarle mi porción ya que estas mas cerca (en el asiento de atrás del niño) para que no llore mas y así su padre tampoco se ofenda conmigo? Como no! le dije, y así alcancé la porción al niño quien comenzó a saborearla con previo agradecimiento, gesto que fue reenviado a quien abandonó su propia necesidad para compartir la felicidad de un niño con todos nosotros, Alfredo.
Estas vivencias son imborrables mas cuando percibimos constantemente una despreocupación total por el otro, inmersos en una sociedad tendiente al individualismo totalitario supra-intencionada por los mecanismos del mercado y los medios masivos traducidos de manera evidente en el imaginario social.
No estamos ajenos a esta manera de percibir la realidad, pero también los sujetos tenemos la gran virtud de poder transformarla o aunque sea trastocarla y crear nuevas condiciones en ámbitos donde las necesidades colectivas a veces pueden más que las propias.
En definitiva poder encontrase con mueca como la de Alfredo nos hace creer en las cualidades del ser humano como un ser sensible, preocupado y deseoso del bienestar, no solamente particular sino de aquellos que lo rodean y hasta me animaría a decir que trasciende el plano afectivo y emotivo de la solidaridad.
Luego del suceso en la estación Pedro Luro me acerqué al hombre y dialogué abiertamente con él, hasta llegar a la estación Villalonga donde debía bajarme, allí me despedí de los demás habitantes del tren que pude conocer y me aproximé a los andenes sabiendo que había dejado algo dentro del vagón y que había traído mucho más sobre el hombro que una pesada mochila y una guitarra criolla.

¿mear ansiedad?

antes de terminar de mear tiro la cadena corre el agua me ayuda a seguir meando sigo y veo el agua del inodoro sigue...