Algunos
Albores han caminado sobre la palma y sobre los dedos de las más arriesgadas
tentaciones. Otros han transitado cornisas delgadas inclinadas hacia riscos
profundos.
Casi
todos los Albores han estado paseando vagabundos algún tiempo en las
tempestuosas aguas del caos. Navegando en remansos.
Allí
un pequeño Albor, parado sobre una pendiente móvil, comparte casi a menudo
conversaciones con un Ocaso, que tiene algún tiempo mas de existencia en aquel
lugar.
El
día que el Albor espera encontrarse con su nacer, comenta sus iniciativas al Ocaso,
éste sonríe y luego lo advierte, sobre algunas eventualidades de sus sueños y
expectativas. Acaso Ocaso,… ¿es posible que no te haga caso? Comenta el
pequeño, y ríen. Conversan. Se despiden; el Ocaso vuelve a una especie de
refugio, de escondite, de resguardo, donde pasará algún tiempo hasta que otro Albor
se acerque a conversar con él.
El
Albor caminando lentamente se retira. Piensa. Espera saber algo más de algunos
otros Ocasos antes de emprender su viaje, pero no dispone de mucho tiempo, para
caminar por las finas cornisas que lo esperan tendidas sobre hondos riscos de
su sortear nacimiento.
La
experiencia lo tienta pero también lo asusta, lo inquieta aunque disimula. Escapa
a su imaginación, oscila incierto.
Llega
el momento y dice: “aquí estoy parado al principio ¿de qué? en la largada
¿hacia donde?”
Continua:
“Aquí
estoy parado en un lugar de donde nunca me iré,
aquí
estoy parado sobre un lugar al que nunca iré
aquí
estoy parado sobre un lugar al que nunca fui y del que nunca regresaré”.
Finaliza:
“el problema no es no poder salir o volver, se convierte en problema al nacer, sino puedo volver a nacer
cada vez”.