Anoche
fui testigo presencial de la libertad.
Ella
estaba ahí mirándome, inmutable.
Lo
demás no importaba, me perecía.
Ella
no renunciaba a si misma.
No
escuchaba, no poseía nada, ni pretendía hacerlo.
Me
miraba absorta, atrapante, atenta.
Impulsaba
y controlaba sus propios impulsos, incluso los míos.
Despertó
mi alegría, mi sonrisa.
La
vida se volvió plena y absurda a la vez.
Intensa
y fugaz.
La
libertad fue la condición para encarnar la intensidad de la vida.
Mi
sujeción fue el amparo a la intensidad encarnada en la vida.